Previous Page  46 / 48 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 46 / 48 Next Page
Page Background

46

>>

>www.angloarabe.net

DEL AZUL AL AMARILLO

J

immy es un instructor de vuelo con el que tengo un

acuerdo, y es que cuando pasa con su avioneta cer-

ca de la pista de casa, si estoy montando, yo le saludo con

el brazo y él me corresponde marcando un círculo en el aire.

Irremediablemente cada vez que se produce la escena re-

cuerdo

Memorias de África

, un libro, y película después, que

maldita sea, ha conseguido que cualquier otro amor, cual-

quier vida, e incluso cualquier muerte, parezcan vulgares.

A veces, sin embargo, a nuestro alrededor acontecen his-

torias que, probablemente por ser nuestras, no valoramos

como excepcionales, cuando en realidad lo son. Hace muy

pocos días he vivido la culminación de una de ellas, y es tan

bella que, si no se lo parece, es porque no la he sabido con-

tar como se merece, créame, no porque no lo sea.

Había llegado el momento del parto de la primera de las

yeguas de cría que compré en Alemania. Han pasado diez

años desde aquel mes de mayo al que mucho se parece es-

te octubre... El parto fue normal. Espontáneo y sin compli-

caciones aparentes. Una potra negra, de buena alzada, fina,

con la clase prevista, algo cabezona, de orejas grandes, y

muy sociable. El segundo día de vida lo pasó prácticamente

entero tumbada descansando. Se dejaba acariciar, era tan

distinta a todos los potros que había visto nacer... Pensaba

yo entonces que por fin había conseguido mi objetivo de

criar caballos tranquilos sin perder la calidad aparente.

Cuando ya estaba alejándome del box para incorporarme a

mi rutina de trabajo, ajena a los caballos, me di la vuelta. De

repente un pellizco de alerta en mi cabeza me avisó de que

algo no marchaba bien. Intenté levantar a la potra, primero

con suavidad para no estresar su despertar y ya, a la vista

de su pasividad, más contundentemente. No estaba bien.

La madre tenía las ubres cargadas de leche. No había ma-

mado en varias horas. Llamé entonces al veterinario y lo es-

peré sin moverme de las cuadras.

Tras revisarla y hacerle un análisis de sangre me lanzó su

diagnóstico: “Esta potra tiene un problema serio. Lleva

tiempo sin mamar. Probablemente no haya tomado el ca-

lostro. Ha perdido incluso el instinto de succión”. Y, como

entre él y yo existe la confianza que forjan más de veinte

años de colaboración, concluyó: “Voy a ponerle suero, pero

no se salvará. Prepárate para lo peor. Lo siento”.

Seamos prácticos, pensé yo, estas cosas pasan en la

cría. Otros potros han muerto, por diarrea, por artritis sépti-

ca, por otras complicaciones propias de neonatos... es una

simple cuestión de probabilidades. Llamé entonces a Ra-

món, que era quien se encargaba de la alimentación de los

caballos y del resto de trabajos de la finca, y le pedí que

preparara una pequeña zanja, para sepultar el primer paso

del nuevo proyecto de cría que de desafortunada manera

acababa de emprender.

Entonces llegó ella. La mujer con cara de niña y corazón

de ángel que iba a pasar la tarde conmigo disfrutando jun-

tos de este pequeño gran milagro que es ver de cerca la

existencia donde antes había la nada.

Al conocer la situación decidió, contra mi opinión, que-

darse toda la noche allí porque según me dijo, “no quiero

que muera sola”.

Allí la dejé -y esta es una imagen que espero tener la for-

tuna de que no se me borre en la vida- sentada en la paja

con la cabeza de la recién nacida apoyada en su regazo,

con los ojos cerrados y sin mover ni un solo músculo.

Desaprobé su decisión y me fui a dormir. Era una noche

fría y húmeda, nada favorable a una velada agradable. A las

siete en punto me despertaba mi teléfono. Sabía lo que iba

a oír. Tenía ya preparadas palabras para calmar el previsible

llanto.

- ¿Qué haces? ¿No piensas venir? Tengo que marchar al

trabajo. Ésta ya mama. Le cuesta mantenerse en pie, pero

ya bebe leche de la madre y tiene muy buen aspecto.

Se había pasado toda la noche ordeñando a la yegua, em-

butiéndole, literalmente, la leche en la boca con la ayuda de

un biberón. Su pantalón de montar verde estaba empapado

con paja pegada. No había dormido, pero ver renacer a la

potrita canalizó toda la fuerza de la Naturaleza hacia ella.

Sin grandes problemas añadidos sacamos adelante a la

pequeña, y cuando dejó de serlo tanto, su madre se la rega-

ló. Yo puse todas las facilidades para que así fuera. No po-

día ser de otra manera.

Pasados tres años, aquella potra se había convertido en

una magnífica yegua negra. Saltaba en el callejón y se des-

plazaba como ninguna hasta entonces había visto. En esta

época, su propietaria sufría tres intervenciones complica-

das en ambas caderas que le impedían llevar a cabo el pro-

yecto inicial de convertirla en su yegua de equitación, y aun-

que el doctor Collado consiguió que las operaciones fueran

un éxito, su vida como amazona estaba lógicamente com-

prometida. La yegua era grande, enérgica... y un caballo de

este alto nivel de competición no era el idóneo para reto-

mar su afición, que era, además, la pasión que nos había

unido.

Así que decidió, con no poco pesar, separarse de ella,

cediéndola a un jinete profesional para que la entrenara.

Progresó de manera sorprendente, disputando varias prue-

bas internacionales, entre ellas el Campeonato del Mundo

de CCE para Caballos Jóvenes, a los seis años.

Tenía yo aparcada, esperando una situación especial,

una dosis de semen congelado de un antiguo buen semen-

tal Anglo-árabe, y le pedí si me la dejaba utilizar para insemi-

nar y, mediante la técnica de transferencia de embriones,

obtener un descendiente de la prometedora yegua.

Así fue como nació una potra alazana muy pequeña -miste-

rios de la naturaleza- pero de gran belleza y excelente carácter.

Hoy, esta tarde, diez años y unos meses después de

aquella milagrosa noche, la amazona ha montado de nuevo,

estrenando botas, con la misma ilusión de cuando tenía

quince años.

Es una potra ideal para ella, de pequeña alzada y cariño-

sa. Y digo yo que es así porque esta fue la manera, la mejor

manera, de devolver a su dueña lo que debía.

A pesar del empeño de los hombres en hacer un mundo

imperfecto, la Naturaleza, tal como impone el río su cauce,

hace que al final todo avance en el sentido previsto por Dios.

Santiago Forn

Director de El Caballo Anglo-árabe

La deuda